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Era ser que se era una gran familia, regular y comúnmente avenida, en esa familia
cabían todas las creencias religiosas, todas las ideas políticas, todos los gustos
culinarios, todas las edades y cualquier libertad de ser.
Las comunicaciones entre ellos también eran de todo tipo: afectivas, amigables, íntimas,
frías, intercambio de información y de opiniones, confidencias, palabras
intrascendentes, etc. pero había anunciada una gran sequía y calor y por supuesto, todos
tenían sed.
Unos meses después de aquel verano, las conversaciones empezaron mayoritariamente a
hablar sobre salud, que si a tal lo aquejaba la artritis, a otro el lumbago, a otro un cáncer
reactivado, otro tenía palpitaciones, otro mareos y olvidos, incluso algunos habían
muerto repentinamente a pesar de no haber superado los 70 años, y otros incluso más
mayores a pesar de haber disfrutado de buena salud sucumbían de un día para otro sin
aviso alguno. En definitiva, parecía que un montón de enfermedades múltiples y
variadas habían socavado la salud de aquella gran familia en poco tiempo.
En la familia todos pensaron que era normal, puesto que el mal aquejaba a casi todos
con los que se relacionaban y viendo que todos padecían múltiples y diferentes
enfermedades consolábanse en “el mal de muchos, consuelo de…”
Algunos lo achacaban a la edad que a todos nos avanza, otros a los malos hábitos
alimenticios, otros a los antecedentes familiares, otros incluso al calor…; fuera la causa
que fuera que pensaran, la realidad era que en un plazo corto de tiempo habían caído
sobre todos ellos muchos males variopintos.
A nadie se le ocurrió que toda esa gran familia reservaba habitaciones en diferentes
hoteles, pero que pertenecían a una misma cadena hotelera y que todos voluntariamente
pedían y consumían las mismas aguas embotelladas de la que la publicidad una y otra
vez destacaba sus virtudes.
Y por supuesto, también desconocían que los dueños de la cadena hotelera tenían
algunos acuerdos comerciales: con los proveedores del agua, los boticarios, los
publicistas, el registrador de propiedades,… y por supuesto, con el amo de la
funeraria.
Y colorín colorado este cuento ¿se ha acabado?

Cipriano Silva Camarzana
17/09/2022

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